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                     “RESILIENCIA, El trascender de la experiencia  ·  Estrategias psicosociales para la potenciación individuo – comunidad”






           presente y futuro de la comunalidad sea sustentado por el devenir de posibilidad creadora,
           así como por la utopía que guía el proyecto de sociedad que desea la comunalidad y por la
           articulación de la posibilidad de crecimiento frente a los ejercicios de dominación.



           Ahora bien, los estudios de resistencia comunitaria no se pueden concebir solamente como
           respuestas a la dominación, las relaciones de poder y el proyecto de vida comunitaria. Urge

           incluir un amplio campo de orientación teórica y conceptual construido desde la episteme de
           los pueblos originarios e indígenas  del continente. Esta pretensión es, a la vez, un ejercicio de
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           resistencia ante el pensamiento dominante, al dar espacio al reconocimiento de la diversidad
           etnocultural. Deriva así la intención, evocando a Ranciére, de reivindicar “la igualdad de las
           inteligencias, que lo único que necesitan es voluntad y atención” (citado por Roca, 2009, p. 57).

           Asimismo, se demanda la inclusión de una visión intercultural que responda al colonialismo
           hispánico y eurocéntrico, tal como lo señala Colpas (2014) en su análisis sobre la obra de Or-
           lando Fals Borda Historia doble de la Costa.



           Continuando con la línea de análisis trazada, resulta interesante rescatar lo que los pueblos
           originarios e indígenas de Colombia y México piensan y dicen sobre la resistencia. En el primer
           caso, el Movimiento Indígena del Cauca considera que la resistencia es el “ejercicio de autonomía
           e incluye varios elementos como la participación comunitaria y política, la guardia indígena y

           las Asambleas Permanentes” (Rudqvist y Anrup, 2013, p.515). En el segundo, el Ejército Zapatista
           de Liberación Nacional (EZLN), desde su levantamiento en 1994, ha reivindicado la autonomía y
           la rebeldía como ejes de la resistencia. Desde su aparición hasta el nacimiento del proyecto los

           Caracoles, abrió una nueva posibilidad de resistencia y autonomía de los pueblos indígenas en
           México y nuestra América, “una resistencia que incluye a todos los sectores sociales que luchan
           por la democracia, la libertad y la justicia para todos, según palabras del comandante Javier”
           (González, 2003). Se trata de una forma de resistencia pacífica, de horizontalidad en las relacio-
           nes de poder (entiéndase poder como “mandar obedeciendo”) y toma de decisiones por consenso.



           Con respecto del zapatismo, Aróstegui (2003) plantea que éste se manifiesta como una cul-
           tura de resistencia con el propósito de responder a una alternativa emancipadora frente a la

           dominación capitalista, neoliberal y globalizadora. No propone acciones aisladas que se cir-
           cunscriban a la defensa de los valores indígenas. Más allá de ese límite, trasciende como un
           movimiento de ideas en el que subyace el esquema de pensamiento que niega la dominación
           totalitaria, no sólo del indio, sino de todos los sectores excluidos.



           Las propuestas presentadas coinciden en la existencia de ejes vinculados dialécticamente en la
           construcción conceptual y política de la resistencia. Así, se pone al descubierto que el centro de
           su planteamiento tiene un carácter propio de proyecto de vida comunitario basado en la auto-

           nomía como régimen sociopolítico que será efectivo en tanto que se desarrolle como un medio




           2       Véase la divergencia sobre el término pueblo originario e indígena en Herazo (2015). Ahí se
           señala que, en la cuenca de México, el término pueblo originario es producto de la autoadscripción
           política de actores sociales en la lucha por sus tierras, territorios y recursos naturales, así como por
           su reconocimiento como sujetos colectivos de derechos con una raíz mesoamericana. Estos actores
           sociales no desean ser llamados indígenas, debido a la carga peyorativa del vocablo. El uso del término
           pueblos indígenas refiere a la nominación utilizada a través del convenio 169 de la Organización
           Internacional del Trabajo (OIT) para el reconocimiento de los derechos de estas poblaciones.
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